La Generación Z

Publicada el

Celestino Cesáreo Guzmán

En México se ha abierto una grieta política inesperada. No nació en un partido, ni en un sindicato, ni en una de esas organizaciones que suelen dictar el pulso de las calles. Surgió de una generación que respira internet, que vive entre pantallas y que entiende el mundo como una conversación global y permanente: la Generación Z. Jóvenes nacidos entre 1995 y 2010, formados en la hiperconexión, acostumbrados a ver la historia en tiempo real y a cuestionarlo todo con una naturalidad que desconcierta a quienes gobiernan.

 

Durante años, la política creyó que podía hablarles sin escucharlos. Pero esta vez la Generación Z decidió entrar por su propio pie al espacio público. Sin pedir permiso. Sin obedecer a jerarquías tradicionales.

 

Por eso, cuando el gobierno federal reaccionó con desdén, y algunos de la oposición intentaron montarse en su energía, ambos terminaron revelando su fragilidad. La calle se llenó de jóvenes que no reconocen liderazgos viejos ni prestan su voz a quien no los representa.

 

Las preguntas que más se escuchan en todos los rincones son simples pero decisivas: ¿es este un movimiento genuino o una chispa pasajera? ¿Quién los mueve? ¿Quién los financia? La respuesta aún está escribiéndose. Sin embargo, lo que sí es claro es que existe, incomoda y está tocando nervios sensibles del poder.

 

La Generación Z no es un invento ni una etiqueta caprichosa. Es un fenómeno global. Son hijos de la crisis climática, la violencia, la precarización laboral y la inestabilidad política. Crecieron en un entorno donde el futuro siempre estuvo en duda; los colapsos de la economía son parte de su vida. Eso los volvió críticos, escépticos y profundamente atentos a las contradicciones de quienes gobiernan. No consumen discursos: en segundos los comparan, verifican, diseccionan. No esperan turnos: irrumpen. No necesitan voceros: se graban a sí mismos en TikTok en segundos y llegan a millones. Así se convocan y marchan.

 

Cuando salieron a las calles, el pasado día 15, la narrativa tradicional no alcanzó para contenerlos. Ni los calificativos, ni las sospechas, ni la descalificación automática pudieron disminuir la fuerza simbólica de miles de jóvenes que, más que una consigna política, expresaron un hartazgo generacional.

 

Pero también es cierto que cualquier movimiento amplio atrae oportunistas.

El riesgo de la manipulación es real y visible.

 

Mientras el gobierno federal descalificaba el movimiento por sospechas de manipulación, parte de la oposición jugaba justamente a manipularlo. Ambos errores son graves.

 

Porque si algo ha dejado claro esta generación es que no quiere tutores políticos ni manipuladores que intenten apropiarse de su voz. Quieren respeto a su autonomía. Quieren ejercer su libertad de expresión sin que se les trate como peones de una partida ajena.

 

El verdadero centro del debate no está en la calle, sino en el poder. El conflicto revela un choque profundo sobre las libertades en México. ¿Tiene el gobierno la disposición —y la inteligencia política— para escuchar a una generación que no controla? ¿Puede la oposición resistir su tentación de intentar convertir el hartazgo juvenil en instrumento electoral? ¿Serán las instituciones capaces de distinguir entre la protesta legítima y la infiltración oportunista?

 

La Generación Z está obligando a revisarlo todo: la relación entre autoridad y ciudadanía, la vigencia del derecho a manifestarse, la forma en que se intenta administrar el disenso y los límites éticos del uso político de las movilizaciones.

 

Lo que esta generación exige no es una revolución ideológica, sino algo más básico y más urgente: seguridad, oportunidades reales, salud mental atendida, una vida sin miedo y sin precariedad. Exige coherencia y resultados. Y exige ser tratada como lo que es: una voz propia, no un accesorio.

 

No es buena idea descalificar su movimiento. Leo increíbles maromas en ese intento. No lo ha sido nunca en la historia de México. Porque cada vez que un gobierno intenta reducir una inconformidad juvenil a capricho, manipulación o berrinche, termina alimentando la llama que pretendía apagar.

 

Pero tampoco es sano idealizarlo. Habrá que observar con atención si la Generación Z logra mantener su autonomía, si construye un discurso propio y si puede evitar que actores externos la capturen o contaminen. Por ejemplo, el bloque negro existe y ha existido en otros tiempos y en otras marchas; no necesariamente es el mismo cada vez. Con una agenda diferente, van a la confrontación física con la policía y al daño a la propiedad pública y privada. Estos hechos buscan desestabilizar e intoxicar el ambiente político y social. La oposición y el gobierno lo saben y buscan utilizarlos; la autoridad debería investigarlos a fondo. Gobierno y oposición deberían aislar a los provocadores violentos; los violentos no deben ser parte de la disputa política. Es evidente que es un grupo ajeno a la Generación Z.

 

Lo indiscutible por ahora es que la Generación Z existe y ya cambió la conversación pública. No divide al país: lo despierta. Y en un México donde tantas veces se ha intentado domesticar la protesta, su irrupción es un recordatorio poderoso de que la libertad siempre encuentra caminos nuevos, especialmente cuando la política pierde de vista a quienes viven el presente con una urgencia que ya no puede esperar. Hasta dónde llegará la Generación Z en México. En un futuro muy cercano lo veremos.

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